LA BENDICION DE UNA MADRE

>> miércoles, 12 de mayo de 2010

En un mundo en que más de sesenta millones de mujeres al año abortan, intoxican (con tabaco, drogas y alcohol), infectan (con sífilis, SIDA, etc.), abandonan o maltratan a sus hijos, ¡qué bendición tan grande es deleitarse admirando la preciosa y trascendental labor de las mamitas lindas! Quienes (casi siempre siendo adolescentes o jovencitas), desde el momento en que se dan cuenta que Dios, por pura misericordia les ha concedido anidar en su bendito vientre un hijo (pues hay millones de mujeres que por más que lo intentan no pueden concebir, engendrar, ni dar a luz felizmente), con expectación, gozo inefable y compromiso inalterable, están dispuestas a cambiar su forma de vestir, comer, y vivir, con el fin de que su hijo tenga las mejores posibilidades de nacer sano, íntegro, fuerte y sin complicaciones. ¡Qué admirable es verlas enfrentarse valientemente a la tremenda y traumática experiencia de dar a luz! Pero más que nada, ¡Qué singular experiencia es verlas, por el resto de su vida, cambiar sus prioridades y dedicarse mañana, tarde, y noche, veinticuatro horas al día y frecuentemente por más de 25 años consecutivos (por cada hijo), a cumplir con el más grande y demandante de los ministerios que hay en este mundo: amar, cuidar, alimentar, asear y educar a la criatura que Dios se atrevió a poner en sus benditos y amorosos brazos, como lo más preciado que hay en este mundo! Siendo tan frágil al nacer y estando tan expuesto a mil peligros y riesgos de muerte en este mundo tan lleno de maldad, enfermedades, pobreza, e irresponsabilidad, ¡qué responsabilidad tan inmensa es la que Dios se atreve a poner sobre las benditas madres (sean biológicas o adoptivas), al encargarles la crianza del hijo!

¡Qué bueno que Dios nunca nos encarga una tarea para la cual no nos ha preparado primero, para poderla cumplir feliz y exitosamente! ¡Es por demás maravilloso ver cómo, desde el momento de dar a luz, sea una adolescente primeriza (como María la madre de Jesucristo), o una madre madura (como Elizabeth, la madre de Juan el Bautista), Dios le da a toda madre (cristiana o no cristiana), casi instantáneamente, todas las capacidades, fortaleza, habilidades, y conocimientos necesarios para lograr que su recién nacido sobreviva, principalmente los 40 días más riesgosos de su vida! ¡No hay ni siquiera tiempo para descansar, aliviarse, y reponerse de la demandante y extenuante experiencia del parto!

¡Sólo Dios, por su infinita misericordia y amor para este mundo perdido puede darle, milagrosamente, tan singular amor a las mamitas lindas, que las hace aceptar (frecuentemente sin ayudas contratadas, y mientras simultáneamente cumple con sus demás responsabilidades y labores como esposa, ama de casa, mamá de varios otros hijos, etc.), el compromiso de abnegadamente, criar al hijo, con el único fin de presentárselo algún día a Dios, idealmente íntegro, sano, y enteramente preparado para toda buena obra, como un hijo, siervo, ministro, e instrumento útil de Dios que cumpla el propósito y maravilloso plan para el cual Dios lo formó, trajo, y milagrosamente conservó en el mundo!

Y nada de esto lo hace en sus ratos de ocio, o en una oficina donde checa tarjeta por jornadas de 8 horas diarias, y semanas de trabajo de cinco o seis días, con derecho a días de descanso, días festivos, vacaciones, años sabáticos, pensión, o jubilación vitalicia. Y digo sin jubilación, porque aunque el hijo o la hija dejen el hogar materno y se vuelvan personas autosuficientes económicamente, o se casen y formen su propio hogar, no por eso la madre deja de seguir al pendiente del hijo, intercediendo en oración por él, y procurando en todas las formas que le sea posible, seguir siendo un canal de bendiciones de Dios a favor del hijo, mientras él lo permita, con besos, abrazos, consejos, atenciones, y todas las preciosas expresiones de su bendito y singular amor maternal.

La Biblia dice: ¡Bendice alma mía a mi Dios y bendiga todo mi ser su santo nombre, bendice, alma mía a mi Dios y no olvides ninguno de sus beneficios! El hijo sabio alegra al padre, mas el hombre necio menosprecia a su madre. Oye a tu padre, a aquel que te engendró, y cuando tu madre envejeciere, no la menosprecies. Honra a tu padre y a tu madre, que es el primer mandamiento con promesa, para que te vaya bien y seas de larga vida sobre la tierra, pues mucho se alegrará el padre del justo, y el que engendra sabio se gozará con él. Si usted y yo, hoy estamos vivos y sanos aquí, desarrollándonos como personas cristianas, decentes, útiles, productivas y necesarias de la sociedad, (sea hijo natural o adoptivo), es en gran parte, porque Dios usó como el principal canal para bendecirnos diariamente y desde que amanece hasta que vuelve a amanecer, a la mujer a quien con todo derecho, respeto, admiración y amor, llamamos madre. Por eso, y mil razones más, Dios espera que ni por un momento alguno de nosotros nos comportemos, como hijos ingratos en esta generación que frecuente y tristemente maldice a su padre, y a su madre abandona y hace infeliz. ¡Asegúrate de darle a Dios, y a tu madre cada día más razones para que se goce la que te dio a luz! ¡Dile hoy a tu mamá: "Te amo, que Dios te bendiga, y espero que mi vida te honre y te permita gozar el dulce sabor del éxito y de las múltiples satisfacciones legítimas, que tanto te mereces! ¡Dios te siga bendiciendo, mamá! AMEN. ASI SEA.

Dr. Ernesto Contreras


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