HOY LE HABLE DE TI

>> sábado, 22 de enero de 2011


Esta mañana, cuando hablé con Dios, le hablé de ti, hijo mío. Le conté lo que pasó ayer y ¿sabes? El ya lo sabía. Sabía de mi dolor al escucharte, sabía en cuántos pedazos rompiste mi corazón, al decirme: "¡No me importa lo que tú pienses, mamá, voy a hacer lo que yo quiera, porque ya no soy un niño. No te metas en mi vida!". Dios me dijo que ha escuchado esta frase en cientos de idiomas, que estas palabras han herido el corazón de muchos padres y madres, alrededor de todo el mundo.

Le pregunté: "Señor, ¿por qué los hijos son así?... Los padres les damos todo, los amamos, los cuidamos, los protegemos, les alimentamos, vestimos, pensamos en ellos antes de cualquier otra cosa, lo único que hacemos es preocuparnos por ellos, porque los amamos, ¿por qué eso les molesta tanto?

Le conté al Señor de cuando eras chiquito, de cómo te gustaban las galletas de limón, eran tus favoritas. Cada fin de semana te las hacía, mi alegría era verte sonreír, darte tus gustos. Le conté de tus travesuras de niño, tus pantalones rotos, tus rodillas raspadas, tus zapatos embarrados, dejando huellas sobre mi piso limpio. Le conté de tu primer día de kínder, cómo te aferrabas a mi mano, no me querías soltar, no querías separarte de mí... En cambio ahora, pareciera que quisieras estar lo más alejado de mí.

¿Qué ha pasado?, le dije a mi Dios, ¿por qué creció? ¿por qué no se quedó siendo un niño? A ese niño quisiera yo tener de nuevo conmigo, a ese niño que eras tú, cuando te acunaba entre mis brazos y sentía tu olorcito a bebé. Tú no lo recuerdas, pero qué susto me hiciste pasar aquella noche en que te subió tanto la fiebre. Tu papá y yo te llevamos al hospital, fue una noche muy larga, le pedimos a Dios, desesperados, por tu vida. El nos escuchó y al día siguiente ya estabas mejor. Pasé innumerables noches a tu lado, cuando te enfermabas, tú no te dabas cuenta. ¡Eras tan frágil, tan pequeñito! Aun recuerdo tus mejillas encendidas, tus leves gemidos, tu llanto de a momentos, cuando te aquejaba el dolor.

Cuando llegaste a nuestras vidas, lo hiciste todo más hermoso, la vida cambió para tu padre y para mí. Siempre te hemos amado como al tesoro más valioso. No esperábamos ninguna recompensa por haberte amado, cuidado, educado y mantenido en todos los aspectos, pero tampoco esperábamos de ti algo así. Hijo, no merecemos tu desprecio solo porque ya creciste y piensas que eres dueño de tu vida. Ninguno de nosotros somos dueños de nuestras vidas, el único dueño es Dios. Te hemos enseñado a ser un buen cristiano, ¿por qué actúas como si nunca lo hubiéramos hecho?

De todas estas cosas le hablé esta mañana al Señor. El me escuchó pacientemente, como siempre lo hace. Le hice muchas preguntas, pero El me dio una sola respuesta. El me dijo que El me comprendía muy bien, que sabía cómo me sentía, porque El también conoce lo que es la ingratitud. Me dijo: "Cada día se rompe mi corazón ante tanta ingratitud, tanta rebeldía, de parte de la humanidad. Tú sufres por tu hijo, yo sufro por la humanidad. Sigue orando por tu hijo, algún día su corazón se suavizará y comprenderá muchas cosas, pero no puedo forzarlo. No te desesperes, tú cumpliste con tu misión y la cumpliste bien. Ya no eres responsable por lo que haga tu hijo, ya es un joven, es dueño de elegir entre el bien y el mal, yo le di esa libertad. Pero puedes decirle que si elige el mal... bueno, tú lo sabes"...
Así que solo te paso Su recado, hijo mío, no lo tomes a la ligera, no te engañes a ti mismo. Lo que te ofrece el mundo es falso, es pasajero, no te dejes convencer por los que no conocen a Dios. Recuerda que en los únicos que puedes realmente confiar, después de Dios, es en tus padres, porque como El, te amamos incondicionalmente.

"Hijo mío, si tu corazón es sabio, también mi corazón se regocijará; en lo íntimo de mi ser me alegraré cuando tus labios hablen con rectitud." Proverbios 23:15-16

Angélica García Sch.

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