Historias para reflexionar EL DIAGNOSTICO

>> sábado, 16 de enero de 2010



Ismael salió del consultorio del médico hecho pedazos. Hacía una semana atrás, había ido a consultarle sobre un dolor que tenía muy cerca del corazón. El médico le había mandado a hacerse unos estudios y ese día se los llevó para que le diera su diagnóstico. El doctor había sido franco y breve, su mal no tenía cura y le quedaba un mes de vida. Solo alguien que recibe tal noticia puede saber como se sintió Ismael. Aun después de llegar a su casa aun no podía asimilar la noticia.
Hacía semanas que no se hablaban su esposa y él, estaban en habitaciones separadas y planeando divorciarse. Entró a su cuarto y se encerró en él. Allí por fin reaccionó, se dio cuenta de su realidad y lloró como un niño. Sintió una extrema necesidad de hablar con su esposa y de abrazar a su hijo. Temía que ella lo rechazara, los problemas que tenían eran por su culpa, él no había sido un buen marido ni un buen padre. ¡Qué arrepentido estaba ahora de su conducta!
Esa noche no durmió haciendo un recuento de su vida. Había sido un hijo desagradecido, hacía meses que no visitaba a sus padres ancianos. Su esposa era una buena mujer, pero él no la había valorado. Su hijo era un niño hermoso y muy cariñoso, pero tampoco lo había valorado, no le dedicaba tiempo, había días en que ni lo veía, pues se iba cuando el niño aun dormía y llegaba muy tarde, cuando el niño ya estaba también dormido. No iba a verlo cuando participaba en alguna obra de la escuela, ni le ponía atención cuando él entusiasmado, le contaba alguna de sus aventuras infantiles. Se sintió una basura. Tomó la firme determinación de reivindicarse con sus padres, esposa e hijo. No pensaría en nada más, no se acordaría del terrible diagnóstico médico. Le quedaba poco tiempo, no le diría nada a nadie hasta último momento.
Al día siguiente, después del trabajo, en lugar de irse con su amante, fue a visitar a sus padres. Su madre lloró en sus brazos cuando él le pidió perdón. Su padre, desconfiaba, no creía en ese cambio repentino y le preguntó la causa del mismo. Ismael solo respondió: "Ahora veo la vida de otra manera papá". Esa misma noche cortó con su amante, sin darle ninguna explicación más que: "He estado ciego, pero ahora veo".
Lo más difícil era hacer que su esposa lo perdonara, no sabía siquiera si aceptaría que le dirigiera la palabra. Compró un ramo de rosas rojas, parecía muy trillado, pero no se le ocurrió otra cosa. Al día siguiente las rosas aparecieron en el bote de la basura. Ismael había fracasado en su intento. Esa tarde, llegó del trabajo y se encerró en su cuarto a escribir. Intentaría la comunicación a como diera lugar. Leyó y releyó la carta una y otra vez, corrigiendo y volviendo a escribir. Hasta que por fin quedó satisfecho y guardó la carta en un sobre. En la mañana, antes de irse a trabajar, pasó a la habitación de su hijo y lo besó. Lo contempló unos instantes, se parecía tanto a su madre, era un niño muy bien parecido y además obediente y responsable. Bajó al comedor, dejó la carta sobre la mesa y salió de la casa.
Todo el día estuvo pensando en cómo reaccionaría su esposa al leer la carta. En ella le pedía perdón, le decía cuanto la amaba, le decía que estaba arrepentido por no haber sido un buen esposo y le pedía una nueva oportunidad. Esa tarde, al llegar a casa, sintió temor de ser rechazado nuevamente por ella. Su hijo corrió a su encuentro y él lo cargó como cuando era pequeñito. Su esposa salió de la cocina, una expresión de duda y expectación se veía en su rostro. No dijo nada, pero su actitud demostraba que estaba dispuesta a dialogar. Ismael se sintió lleno de esperanza. Por primera vez en mucho tiempo, había un plato dispuesto para él en la mesa, eso decía más que las palabras. Se sentó y cenaron juntos, aunque en silencio, que solo era interrumpido por el pequeño que estaba feliz porque su padre cenaba con ellos otra vez. Esperó a que el niño se fuera a la cama y se acercó a su esposa, ella no lo rechazó. Hablaron hasta tarde, aclararon muchas cosas. El dejó que ella se desahogara, que le dijera todo lo que se merecía y en lugar de salir dando un portazo, como acostumbraba cuando ella le hacía reproches, soportó pacientemente. Cuando ella paró de hablar, él la abrazó y le dijo: "Perdóname por todo eso"
La vida o lo que le quedaba de ella cambió para Ismael. Se daba cuenta de lo tonto que había sido, era tan fácil mantener la armonía familiar. Solo debía cumplir como un buen esposo y no habría problemas. También visitar con frecuencia a su padres no le significaba ningún sacrificio. Le hacía feliz verlos felices a ellos con sus visitas. Pero faltaba lo más importante: tenía que ponerse a cuentas con Dios. Ahora se daba cuenta de que todo lo malo de su vida, era consecuencia de estar muy alejado de Dios. Si hubiese estado cerca de El, no habría tenido una amante, no habría sido un mal hijo, ni un mal esposo, ni un mal padre. Así que se acercó a una iglesia cerca de su casa y habló largamente con el pastor. A él si le contó de su diagnóstico, fue sincero con él, le dijo que no quería irse sin antes haber hecho las paces con Dios. Ese día lloró como un niño al hacer su oración de arrepentimiento y recibir a Cristo en su corazón. Iban a ser pocos Domingos, pero le prometió al pastor asistir a la iglesia todos los que le quedaban.
Su nuevo estilo de vida, lo hacía sentir muy bien. Las semanas pasaron y se acercaba el cumplimiento de la fecha dada por el médico, quizá serían unos días más, quizá unos días menos, pero el fin estaba cerca. Lo que más le extrañaba era que ya no sentía ese dolor en el pecho. Se sentía estupendamente bien. "Siempre que alguien se va a morir siente mejoría", decía su abuela y esa era una ocasión para recordarlo.
Se cumplió un mes desde que el médico le diera el diagnóstico. Ismael se sentía mejor que nunca, no sentía temor, solo tristeza porque no vería más a sus seres queridos. Pero aun no quería decirles nada, no quería alarmarlos y hacer que se sintieran mal. Así pasó un mes completo, Ismael estaba sorprendido y empezó a sospechar que el médico le había dado un diagnóstico equivocado, así que fue a visitarlo. El médico le confirmó que su diagnóstico estaba basado en lo que los estudios habían revelado y se mostró muy sorprendido de que Ismael aun estuviera con vida, por lo que le mandó hacer nuevos estudios.
Ismael esperó con impaciencia los resultados de estos nuevos estudios. Cuando el médico los revisó, esbozó una gran sonrisa y le dijo que el mal había desaparecido. Ismael le dijo que quizá los estudios anteriores correspondían a otra persona, quizá había sido error del laboratorio. El médico dijo que no, que eran los correctos, pero algo había pasado y su organismo estaba en óptimas condiciones.
Ismael dio gracias a Dios por esa nueva oportunidad de vida. Gracias a ese diagnóstico, había puesto orden en su vida, se había reconciliado con su familia, pero lo principal: se había reconciliado con Dios y estaba seguro de que El había tenido mucho que ver en esa recuperación.
Vive cada día como si fuera el último. Nadie sabe la hora de su partida, si la supieras ¿no desearías estar a cuentas con Dios y en armonía con tu familia? Reconcíliate con Dios a tiempo y dale a los tuyos todo tu amor, como si fueran los últimos días de tu vida.

Angélica García Sch.

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