CUANDO NACE UN BEBE

>> viernes, 12 de marzo de 2010

Cada día, cada hora, cada minuto, cada segundo, nace un bebé en el mundo y trae alegría a unos padres que lo esperaban ansiosos. Los padres tienen una gran tarea por delante, ¡los primerizos ni se lo imaginan! Empiezan los afanes, las desveladas; se vive entre pañales y biberones, entre baberos y mantitas, entre idas al pediatra, vacunas y gotitas para los ojos. El día comienza cuando la criatura pide su leche y cuando llega la noche, se sigue en la misma rutina, hasta que ese pedacito de carne se apiade de sus progenitores y los deje dormir un poco...Antes de que amanezca. ¡Qué lindos son los bebés cuando están dormidos!, dicen algunos papás.
El milagro de la vida, ¡qué hermoso es el Señor, que nos otorga el privilegio de ver nacer a nuestros hijos y más tarde a nuestros nietos! En cada bebé Dios hace su obra de arte, con pinceladas de amor, de ternura, de color. Cada rasgo tan perfecto, tan suave. ¡Cómo nos enternece ver a un bebé! Cómo nos arranca una sonrisa instantánea cuando vemos su carita. ¡Nadie puede dejar de sonreír al ver la carita de un bebé! ¿Por qué será?, Porque cuando vemos la carita de un bebé, nos sentimos más cerca de Dios, pues un bebé nos recuerda su creación tan perfecta. Nos maravillamos ante tanta perfección, ante tanta belleza, ante tanta ternura.
El llanto de un recién nacido nos recuerda lo frágiles e indefensos que somos, llegamos a este mundo llorando, necesitando alimento, necesitando abrigo, necesitando amor. Dependemos absolutamente de otro ser humano: nuestra madre. Dios en su sabiduría, puso en la mujer todo lo que ella necesita para hacerse cargo de su bebé, para suplir sus necesidades. Todo está perfectamente planeado por Dios. Tener una madre y un padre es la primera necesidad de un bebé al llegar a este mundo. Una mujer que le dé ternura y alimento y un padre que los proteja a ambos. Ese es el proyecto perfecto de Dios para el ser humano.
Cuando nace un bebé, nace también una gran responsabilidad para los padres. Es el principio de una gran jornada, en la que llorarán, pero también gozarán, junto a ese hijo que crecerá y un día ya no los necesitará. Pero nadie piensa en eso cuando tiene a su bebé por primera vez en sus brazos y si lo piensa, lo ve tan lejano, que no vale la pena detenerse a reflexionar en ello. Pero es tan corto el tiempo en que se disfruta a un bebé, y se hace más corto por los afanes cotidianos, se disfruta más cuando duerme, lo podemos contemplar a gusto, pero el resto del tiempo se va en preparar biberones, cambiar pañales, hacerlo eructar, preparar la bañerita, etc. Y en cada acción, cuidando muy bien cada movimiento, extremando precauciones.
Pero si bien con los bebés propios hay mucha responsabilidad, trabajo y afanes, cuando pasa el tiempo y esos bebés crecen, crecen y crecen y tienen a sus propios bebés, nos convertimos en abuelos, y ahí es cuando solo nos dedicamos a disfrutar a los bebés de nuestros bebés, sin responsabilidades, ni afanes, nosotros ya pasamos por eso y nuestra edad no es la propicia para esos menesteres. Así que los seres humanos, cuando más disfrutamos a un bebé, es cuando lo tienen nuestros hijos y nos hacen abuelos. Dios es sabio.

Angélica García Sch.

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