Historias para reflexionar EL DERECHO DE NACER Y DE SER AMADO
>> miércoles, 10 de marzo de 2010
Consuelo tejía unos zapatitos para su primer nieto. Su mente la regresó al pasado, mientras entrelazaba las puntadas. Recordaba. Eran recuerdos tristes, recuerdos que quería borrar y no podía. Nunca le tejió nada a su hijo de pequeñito... Se sentía tan culpable, pero no por no haberle tejido nada, sino porque... ese pensamiento la avergonzaba, le dolía el recuerdo y los remordimientos la martirizaban. Pensaba que la vida había sido muy generosa con ella, al darle ese hijo que tantas satisfacciones le daba. No lo merecía. Su mente la llevó hacia atrás, a esa noche terrible y a lo que sucedió después:
Consuelo salía de la universidad, era ya tarde y hacía frío. El transporte era escaso a esas horas y ella tenía que esperar. De pronto, se estacionó un auto a su lado, un muchacho asomó la cabeza y le dijo: "¿Te llevo?" y al ver que ella negaba con la cabeza, agregó: "Estudiamos en la misma universidad, te he visto, no temas, ven conmigo, hace mucho frío". Consuelo dudó, pero finalmente se subió al auto y se alejaron. Nunca lo hubiera hecho. El muchacho que dijo ser alumno de la misma universidad, no era tal. Llevaba tiempo observándola, sabía sus horarios de llegada y de salida y esa noche consumó la fechoría, que había estado tramando desde hacía tiempo.
Su madre, al darse cuenta de lo sucedido, la llevó a hacer la denuncia. El joven en cuestión, había cometido otras violaciones a muchachas estudiantes y de la misma manera que lo había hecho con Consuelo; las amenizaba con una navaja y después de lograr su cometido, les cortaba un mechón de cabello y se lo guardaba como un trofeo. Era un hombre enfermo, que Consuelo llegó a odiar tanto, que sentía que no podía caber más odio en su corazón. Ni aun cuando supo que había sido detenido y puesto en prisión se disipó ese sentimiento, porque ese sicópata le había arruinado la vida y la había dejado embarazada.
Todos sus sueños se habían hecho pedazos, su carrera, su juventud, todo se veía afectado...así que tomó una decisión: no tendría a ese bebé. Había escuchado muchas veces que la mujer es dueña de su cuerpo y puede hacer lo que quiera con él. Averiguó cómo podría parar ese embarazo. Una amiga la llevó con otra amiga y ésta le dijo dónde podía ir para que la ayudaran. Pero en ese lugar no aceptaron atenderla, nunca supo por qué. Consuelo lo intentó una y otra vez, no entendía por qué de la manera que lo intentara, todo le resultaba fallido. En su corazón, sentía que una fuerza superior a ella estaba impidiendo que cortara esa vida que se estaba formando dentro de ella, pero se rebelaba contra esa fuerza y lo volvía a intentar, fallando una y otra vez.
Consuelo tuvo a su niño una mañana de primavera. Cuando se lo mostraron, miró para otro lado, no quiso verlo. Su madre se encargó de él, desde el principio. Consuelo se negó a amamantarlo y a atenderlo. Se negaba a quererlo. No sentía remordimientos, era tanto el odio que tenía dentro, que no había cabida para el amor ni la compasión en ella. Pasaron tres años y la madre de Consuelo sufrió un accidente y falleció. Se quedó sola con su hijo, ahora tendría que hacerse cargo. De mala gana lo hizo, pero trataba de verlo el menos tiempo posible. Lo dejaba en la guardería todo el día, mientras ella trabajaba y en la noche, le daba de cenar y lo acostaba enseguida. A pesar del desamor de Consuelo, el niño la quería y trataba de ganarse su cariño. Era un niño sensible y muy tierno. Extrañaba mucho a su abuela, extrañaba tanto ser abrazado, acariciado. Se acercaba a Consuelo, se abrazaba a ella y ésta lo hacía a un lado. Así creció Albertito, su abuela le había puesto ese nombre en memoria del abuelo, creció junto a una madre fría, sin sentimientos.
El niño era muy inteligente, desde que entró al colegio demostró ser muy aplicado y sacaba excelentes calificaciones. Todos sus estudios superiores los hizo becado. Y un día, Consuelo tuvo enfrente a un joven médico, especializado en obstetricia... ¡su hijo!, ese hijo que ella trató por todos los medios de eliminar, había elegido como profesión traer bebés al mundo...era una ironía.
Alberto era un médico brillante, de esos con vocación, con sensibilidad. Desde que empezó a ejercer le fue muy bien y al poco tiempo, le regaló una casa a Consuelo. Era una casa como ella siempre había soñado. Cuando fueron a verla, lo primero que pensó fue: "Yo no merezco esto"...No se explicaba cómo ese hijo que nunca había recibido amor de parte de ella, ahora la "recompensaba" de esa manera. De pronto su corazón se abría y le hacía ver la nobleza de ese otro corazón, el de su hijo. Se daba cuenta de que él, durante toda su niñez y adolescencia había estado tratando de ganarse su cariño de una manera u otra, había sido un niño obediente, un estudiante ejemplar, nunca le había dado problemas, pero ella jamás le había reconocido nada. Sintió como si despertara de un largo sueño, del que no había querido despertar por largos años. Un sueño donde había estado alimentando ese odio que sentía por aquel que la violó y que había dejado en ella esa otra vida. Por primera vez reflexionó en esto, el fruto de ese acto de violencia, era ese hijo maravilloso que ahora tenía enfrente, hecho todo un hombre y un hombre de bien. Ese hijo que ella no había querido tener, pero que a pesar de todo lo que hizo para evitarlo, nació.
Se le vinieron encima todos esos años de remordimientos contenidos, de sentimientos reprimidos, a veces queriendo que su hijo fuera un mal hijo, para justificar su desamor... No, las buenas madres, hasta a los malos hijos aman, se decía. No había razón alguna, su madre, cuando vivía, le decía siempre que el niño no tenía la culpa, que lo debía amar como una madre ama a su hijo. Estalló en llanto Consuelo, todo ese llanto contenido por años, irrumpió como una tormenta repentina. Alberto la abrazó, pensando que lloraba de emoción, y por primera vez sintió los brazos de su madre, respondiendo a ese abrazo.
-Yo no merezco esto- dijo Consuelo- ¿por qué eres tan bueno conmigo?
- Simplemente porque eres mi madre- dijo sonriendo Alberto y Consuelo pensó para sí misma: "y yo debería haberte amado siempre, simplemente porque eres mi hijo"...
Desde ese día, Consuelo empezó a cambiar, se empezó a sensibilizar. Pasó el tiempo, Alberto se casó y unos meses después le anunció que sería abuela. Solo entonces supo Consuelo lo que era sentir esa alegría tan grande ante el anuncio de la venida de un bebé. Y ahora estaba allí tejiendo zapatitos. Estaba contenta, pero aun quedaba algo en ella que le impedía ser feliz. Se daba cuenta al fin, de que no había sido aquel hombre que la agredió quien le había arruinado la vida, como ella pensaba, sino que el odio y el rencor que ella dejó hicieran nido en su corazón.
Laura, su nuera era una mujer cristiana, una mujer de Dios y antes de casarse con Alberto, había logrado que él se interesara en conocerle y también había tomado la decisión de ser un hijo de Dios. Pero Consuelo se negaba a hacer lo mismo. Se sentía mala, se sentía sucia. Esa carga de odio y rencor impedían que ella se atreviera a presentarse ante Dios. Pensaba que primero debía deshacerse de eso para acercarse a Dios. ¿Pero cómo?, no se sentía capaz, su naturaleza humana se lo impedía. Y allí, tejiendo zapatitos, escuchó como dentro de sí misma una voz que le decía: " Perdona". Entonces sintió muchas ganas de llorar, tuvo que dejar su tejido a un lado y lloró. Lloró mucho, deseando liberarse de ese odio y de ese rencor y se dio cuenta de que solo Dios podía ayudarla. "Dios mío, si me escuchas, ayúdame a perdonar, quiero perdonar" murmuró. Y pronto sintió una paz grandísima, un alivio enorme dentro de sí. Abrió los ojos y mirando hacia arriba dijo: "Gracias Dios mío, he perdonado".
Es muy difícil para una mujer que ha sido violada, perdonar a su agresor, pero hay un agresor que es peor aun para su vida: el rencor. El rencor, poco a poco va carcomiendo el corazón humano, vaciándolo de buenos sentimientos y en su lugar, poniendo amargura e infelicidad. La única manera de liberarse de ese agresor es perdonando. El perdón hace que el agresor salga huyendo. El rencor siempre no solo agrede a una víctima, sino que también los que la rodean se ven afectados, como en el caso de la mujer de esta historia, quien sufre las consecuencias es un inocente, su hijo. Un hijo concebido a causa de una violación, no pierde el derecho de nacer y de ser amado. Nadie, ningún ser humano tiene facultad para interrumpir una vida en formación, aunque las leyes humanas digan lo contrario. Las mujeres que piensan que pueden hacer con su cuerpo lo que quieran, a tal grado de matar a la criatura que llevan dentro, ¿no han pensado que ese no es su cuerpo?, ¡es el cuerpo de alguien más!, el cuerpo de su hijo. Es a otra persona a la que le quitan la vida y eso se llama asesinato. Mujer, si has sido víctima de violación y has quedado embarazada, no pienses en quitarle la vida a ese pequeño que no tiene culpa de nada. No pienses que será tu ruina, porque es muy probable que sea tu mayor alegría. Y cuando nazca, ámalo, cuídalo, porque todos los niños son un regalo de Dios, independientemente de las cinscunstancias en que nazcan.
Los hijos son una herencia del Señor, los frutos del vientre son una recompensa. Salmos 127:3 NVI
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