LA RESURRECCION DE JESUCRISTO

>> viernes, 12 de marzo de 2010


La resurrección es uno de los eventos en la vida terrenal de Jesucristo, mencionado en los cuatro evangelios. Pablo, bajo inspiración del Espíritu Santo, resume las evidencias del hecho histórico de la resurrección de Cristo así: Además, hermanos, les declaro el evangelio que les prediqué y que recibieron, y en el cual también están firmes; por el cual también son salvos, si lo retienen tal y como yo se los he predicado. Pues de otro modo, creyeron en vano. Porque en primer lugar les he enseñado lo que también recibí: que Cristo murió por nuestros pecados, conforme a las Escrituras; que fue sepultado, y que resucitó al tercer día, conforme a las Escrituras; que apareció a Pedro y después a los doce. Luego apareció a más de quinientos hermanos a la vez, de los cuales muchos viven todavía; y otros ya duermen; y luego apareció a Jacobo, y después a todos los apóstoles; y al último de todos, como a uno nacido fuera de tiempo, me apareció a mí también. Pues yo soy el más insignificante de los apóstoles, y no soy digno de ser llamado apóstol, porque perseguí a la iglesia de Dios.
La gran diferencia entre los líderes de todas las demás religiones y filosofías, y Jesucristo, es que Cristo resucitó y está vivo hasta ahora, a diferencia de los demás que como mártires de su causa, todos murieron y quedaron sepultados. El cristianismo es superior a todas las demás creencias porque Cristo resucitó. Sólo Cristo puede ofrecer vida eterna a los que creen en El, y le reciben y confiesan como su único y suficiente Salvador y Señor, porque es el único que triunfó sobre la muerte y resucitó no para volver a morir (como los que actualmente son resucitados por médicos en los hospitales), sino con un cuerpo glorificado, incorruptible, perfecto y eterno.
Pablo escribe: Porque si no hay resurrección de muertos, tampoco Cristo ha resucitado. Y si Cristo no ha resucitado, vana es nuestra predicación; vana también es vuestra fe, y somos los más dignos de conmiseración de todos los hombres. Pero ¡Gloria a Dios! Porque Cristo ha resucitado de entre los muertos, como primicias de los que durmieron, y así como en Adán todos mueren, así también en Cristo todos serán vivificados. Pero cada uno en su orden: Cristo, las primicias; luego los que son de Cristo, en su venida.
En cuanto a las características del cuerpo resucitado y glorificado, Pablo añade: Pero dirá alguno: ¿Cómo resucitan los muertos? ¿Con qué clase de cuerpo vienen? Se siembra en corrupción; se resucita en incorrupción. Se siembra en deshonra; se resucita con gloria. Se siembra en debilidad; se resucita con poder. Se siembra cuerpo natural; se resucita cuerpo espiritual. Y así como hemos llevado la imagen del terrenal, llevaremos también la imagen del celestial. Y en cuanto al portentoso acontecimiento que todos los salvos esperamos con ansia, las Escrituras dicen: He aquí, les digo un misterio: No todos dormiremos, pero todos seremos transformados en un instante, en un abrir y cerrar de ojos, a la final trompeta. Porque sonará la trompeta, y los muertos serán resucitados sin corrupción; y nosotros seremos transformados. Porque es necesario que esto corruptible sea vestido de incorrupción, y que esto mortal sea vestido de inmortalidad. Y cuando esto corruptible se vista de incorrupción y esto mortal se vista de inmortalidad, entonces se cumplirá la palabra que está escrita: ¡Sorbida es la muerte en victoria!
Gloria a Dios por la bendita esperanza que nos sostiene como firme columna durante nuestra peregrinar terrenal y pasajero. Porque sabemos que si nuestra casa terrenal, esta tienda temporal, se deshace, tenemos un edificio de parte de Dios, una casa no hecha de manos, eterna en los cielos. Pues en esta tienda gemimos deseando ser sobrevestidos de nuestra habitación celestial, para que lo mortal sea absorbido por la vida. Pues el que nos hizo para esto mismo es Dios, quien nos ha dado la garantía del Espíritu (2 Co. 5:1-10). Glorifiquemos todos los días a Dios con los redimidos y digamos: ¿Dónde está, oh muerte, tu victoria? ¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? Pues el aguijón de la muerte es el pecado, y el poder del pecado es la ley. Pero gracias a Dios, quien nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo. Así que, hermanos míos amados, estad firmes y constantes, abundando siempre en la obra del Señor, sabiendo que nuestro arduo trabajo en el Señor, no es en vano (1 Co. 15:1-58). ¡Cree, recibe, y confiesa a Jesucristo como tu Salvador! ¡Cristo vive, salva, sana, y restaura hasta el más perdido! ¡Gloria a Dios! AMEN. ¡ALELUYA!

Dr. Ernesto Contreras

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