NO HAY DIOS QUE PUEDA SALVAR DE ESTA MANERA
>> lunes, 26 de julio de 2010
Hace mucho tiempo, en Babilonia, reinaba el rey Nabucodonosor. Este rey mando a construir una estatua de veintisiete metros de altura, por dos y medio de ancho, para que todos se inclinaran ante ella y la adoraran. Ordenó a sus heraldos que proclamaran a voz en cuello: «A ustedes, pueblos, naciones y gente de toda lengua, se les ordena lo siguiente: Tan pronto como escuchen la música de trompetas, flautas, cítaras, liras, arpas, zampoñas y otros instrumentos musicales, deberán inclinarse y adorar la estatua de oro que el rey Nabucodonosor ha mandado erigir. Todo el que no se incline ante ella ni la adore será arrojado de inmediato a un horno en llamas» (Daniel 3:4-6 NVI) Ante tan espantosa amenaza, los pobladores, atemorizados, cumpliendo la orden del rey, se inclinaban y adoraban a la estatua. Pero el rey fue avisado de que unos judíos no estaban cumpliendo la orden. El rey, lleno de ira los mandó llamar. Estos judíos eran tres jóvenes que se llamaban Sadrac, Mesac y Abed-nego. Al presentarse ante el rey, éste les ordenó adorar a sus dioses y a la estatua, de lo contrario, dijo, "no habrá dios capaz de librarlos de mis manos"...
Los tres jóvenes se negaron a obedecer al rey, diciendo: "¡No hace falta que nos defendamos ante Su Majestad! Si se nos arroja al horno en llamas, el Dios al que servimos puede librarnos del horno y de las manos de Su Majestad. Pero aun si nuestro Dios no lo hace así, sepa usted que no honraremos a sus dioses ni adoraremos a su estatua" (Daniel 3:16b-18 NVI). Entonces el rey, furioso, mandó que se calentara el horno siete veces más de lo normal. Los jóvenes fueron atados y arrojados al horno, el cual estaba tan caliente, que las llamas alcanzaron y mataron a los soldados que los echaron dentro. Pero algo sorprendente ocurrió, el rey se puso de pie, asombrado, al observar que dentro del horno se veían cuatro figuras humanas y no tres. El cuarto tenía la apariencia de un dios y ninguno estaba atado ni parecía sufrir daño alguno en medio de las llamas.
Al salir del horno, los tres jóvenes judíos estaban intactos, ni siquiera sus cabellos ni sus ropas estaban chamuscados, ni olían a humo. El rey no cabía en su asombro, y reconoció que ellos habían sido protegidos por el poder de Dios, quien había enviado a un ángel en su ayuda. Estaba admirado de la fe de esos jóvenes, quienes habían confiado en su Dios y habían optado por la muerte, antes que adorar a otros dioses ajenos. Y decretó un castigo, ahora para los que no adoraran al Dios de los judíos, diciendo: "¡No hay otro dios que pueda salvar de esta manera!"
Muchos años después de este episodio, hubo otros hombres que no reaccionaron de igual manera ante el peligro. Ellos fueron los discípulos "fieles" de Jesús.
Acompañaban a Jesús adonde-quiera que fuera, día y noche. Estuvieron caminando con él durante todo su ministerio. Sin embargo, la noche en que Jesús fue arrestado, todos sus discípulos lo abandonaron y huyeron, dejándolo solo en manos de los soldados (Mateo 26:56b NVI) Más tarde, Pedro, al verse descubierto, negó conocer a Jesús, lo negó tres veces, por temor al peligro de ser detenido y seguramente muerto. Su reacción ante el peligro dejó mucho que desear. Al contrario de los jóvenes judíos, Pedro negó su fe.
¡Qué fe tan grande la de los tres jóvenes judíos, que al verse en tan grave peligro, se mantuvieron firmes, no flaquearon! ¡Qué convicciones tan fuertes para no ceder ni ante el peligro de muerte! ¿Estarían nerviosos, temerosos? No, actuaron con admirable entereza, movidos solo por su fe. Qué triste la actitud de los discípulos, quienes a pesar de haber convivido con Jesús, de haber recibido sus enseñanzas y sobre todo su amor fraternal y su amistad, lo dejaron solo, a merced de sus enemigos.
¿Es tan grande tu seguridad en el Señor como la de aquellos tres jóvenes judíos? ¿Qué harías ante un peligro de muerte? ¿Cuál sería tu reacción? ¿Serías capaz de negar al Señor, con tal de salvar tu vida? El que piense que está firme, mire que no caiga, dice la Palabra. No dudemos de la fidelidad de Dios. Los discípulos dudaron, a pesar de haber estado muy cerca de Jesús y de haber aprendido sobre el poder y la fidelidad del Padre. En cambio, Sadrac, Mesac y Abednego no dudaron del poder de Dios para salvarlos, porque estaban convencidos de que no hay peligro suficientemente grande, del que Dios no nos pueda librar. Estamos viviendo tiempos difíciles, donde hay mucha inseguridad, violencia, corrupción, impunidad... Hay temor, hay recelo al salir a las calles, pero no debemos nunca de dudar de la protección de Dios, de Su fidelidad, de Su misericordia y de Su poder. No olvidemos que si Dios lo quiere, ni las llamas de un horno candente podrán hacernos el menor daño.
"Desde mi angustia clamé al Señor, y él respondió dándome libertad. El Señor está conmigo, y no tengo miedo; ¿qué me puede hacer un simple mortal? El Señor está conmigo, él es mi ayuda; ¡ya veré por los suelos a los que me odian!"
Salmos 118:5-7 NVI
Angélica García Schneider.
Los tres jóvenes se negaron a obedecer al rey, diciendo: "¡No hace falta que nos defendamos ante Su Majestad! Si se nos arroja al horno en llamas, el Dios al que servimos puede librarnos del horno y de las manos de Su Majestad. Pero aun si nuestro Dios no lo hace así, sepa usted que no honraremos a sus dioses ni adoraremos a su estatua" (Daniel 3:16b-18 NVI). Entonces el rey, furioso, mandó que se calentara el horno siete veces más de lo normal. Los jóvenes fueron atados y arrojados al horno, el cual estaba tan caliente, que las llamas alcanzaron y mataron a los soldados que los echaron dentro. Pero algo sorprendente ocurrió, el rey se puso de pie, asombrado, al observar que dentro del horno se veían cuatro figuras humanas y no tres. El cuarto tenía la apariencia de un dios y ninguno estaba atado ni parecía sufrir daño alguno en medio de las llamas.
Al salir del horno, los tres jóvenes judíos estaban intactos, ni siquiera sus cabellos ni sus ropas estaban chamuscados, ni olían a humo. El rey no cabía en su asombro, y reconoció que ellos habían sido protegidos por el poder de Dios, quien había enviado a un ángel en su ayuda. Estaba admirado de la fe de esos jóvenes, quienes habían confiado en su Dios y habían optado por la muerte, antes que adorar a otros dioses ajenos. Y decretó un castigo, ahora para los que no adoraran al Dios de los judíos, diciendo: "¡No hay otro dios que pueda salvar de esta manera!"
Muchos años después de este episodio, hubo otros hombres que no reaccionaron de igual manera ante el peligro. Ellos fueron los discípulos "fieles" de Jesús.
Acompañaban a Jesús adonde-quiera que fuera, día y noche. Estuvieron caminando con él durante todo su ministerio. Sin embargo, la noche en que Jesús fue arrestado, todos sus discípulos lo abandonaron y huyeron, dejándolo solo en manos de los soldados (Mateo 26:56b NVI) Más tarde, Pedro, al verse descubierto, negó conocer a Jesús, lo negó tres veces, por temor al peligro de ser detenido y seguramente muerto. Su reacción ante el peligro dejó mucho que desear. Al contrario de los jóvenes judíos, Pedro negó su fe.
¡Qué fe tan grande la de los tres jóvenes judíos, que al verse en tan grave peligro, se mantuvieron firmes, no flaquearon! ¡Qué convicciones tan fuertes para no ceder ni ante el peligro de muerte! ¿Estarían nerviosos, temerosos? No, actuaron con admirable entereza, movidos solo por su fe. Qué triste la actitud de los discípulos, quienes a pesar de haber convivido con Jesús, de haber recibido sus enseñanzas y sobre todo su amor fraternal y su amistad, lo dejaron solo, a merced de sus enemigos.
¿Es tan grande tu seguridad en el Señor como la de aquellos tres jóvenes judíos? ¿Qué harías ante un peligro de muerte? ¿Cuál sería tu reacción? ¿Serías capaz de negar al Señor, con tal de salvar tu vida? El que piense que está firme, mire que no caiga, dice la Palabra. No dudemos de la fidelidad de Dios. Los discípulos dudaron, a pesar de haber estado muy cerca de Jesús y de haber aprendido sobre el poder y la fidelidad del Padre. En cambio, Sadrac, Mesac y Abednego no dudaron del poder de Dios para salvarlos, porque estaban convencidos de que no hay peligro suficientemente grande, del que Dios no nos pueda librar. Estamos viviendo tiempos difíciles, donde hay mucha inseguridad, violencia, corrupción, impunidad... Hay temor, hay recelo al salir a las calles, pero no debemos nunca de dudar de la protección de Dios, de Su fidelidad, de Su misericordia y de Su poder. No olvidemos que si Dios lo quiere, ni las llamas de un horno candente podrán hacernos el menor daño.
"Desde mi angustia clamé al Señor, y él respondió dándome libertad. El Señor está conmigo, y no tengo miedo; ¿qué me puede hacer un simple mortal? El Señor está conmigo, él es mi ayuda; ¡ya veré por los suelos a los que me odian!"
Salmos 118:5-7 NVI
Angélica García Schneider.
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