ALCANZANDO EL CIELO
>> lunes, 13 de septiembre de 2010
Todos queremos nuestro milagro particular. Ese “algo” que necesitamos alcanzar pero que nos es imposible por nuestras fuerzas. Necesitamos de otros y sobre todo de Dios. Las cosas imposibles solo Dios puede realizarlas, a eso es a lo que llamamos milagro. Pero existen otros milagros que son obra del amor, y que a final de cuentas también provienen de Dios. Es la realización de esas cosas no tan imposibles en la tierra, que se encuentran limitadas para algunos por falta de recursos y capacidades, entre otras cosas. Pero cuando Dios UNE a los hombres en un solo propósito, pueden cambiar situaciones.
Dios obra de maneras especiales cuando nosotros le buscamos de una manera especial. Necesitamos reconocer que todos queremos “cosas”, pero que no nos esforzamos por alcanzarlas. Queremos que nos sirvan otros y en charola de plata. Queremos ver milagros con 30 minutos de oración al día, y es obvio que el poder de Dios no está condicionado a lo que nosotros le damos o hacemos, pero Dios nos permite vivir situaciones extremas por muchas cosas y el factor tiempo es muy importante: necesitamos cosechar paciencia, ejercitar nuestros sentidos espirituales y sobre todo pasar más tiempo con El.
Alcanzar los favores celestiales debería ser muy sencillo, porque no requiere de nada de nuestros limitantes en lo físico, simplemente necesitamos fe y amor. No hay tanto que planear, sino buscar a Dios. No hay tanto que decir, sino escuchar a Dios. No hay tanto que hacer, sino obedecer a Dios. No hay tanto que pagar, sino creer. ¿Por qué entonces, no alcanzamos la bendición? Porque queremos que las cosas sucedan como nosotros quisiéramos y no nos percatamos del obrar de Dios. Nos volvemos insensibles a las necesidades de los otros, por concentrarnos en las nuestras. No escuchamos el clamor de ayuda, no vemos el sufrimiento y por lo tanto, no hacemos nada para ayudar al necesitado.
Queremos ver los milagros de Elías, pero no estamos dispuestos a pasar más tiempo de rodillas y a clamar a grito abierto por las necesidades de otros. Con Abram, Dios nos enseñó que le fue necesario primero interceder por otros para alcanzar nuestro milagro (Gn. 20:17).
Dios sigue haciendo milagros en nuestros días. El está sensibilizando corazones a través de las tragedias, desastres y enfermedades. Organismos y empresas recaudan ayuda en las contingencias de nuestro país, pero el que no quiere ayudar, se excusa cuestionando lo que se hace.
Dios quiere que hagamos el bien, quiere que Su amor sea derramado en el hombre. Que mejor manera de hacerlo que a través de Su Iglesia. Cuando dejamos que Su Espíritu se mueva entre nosotros, nos olvidamos de nuestras necesidades y egoísmo, del primero yo. Nos unimos para hacer Su Obra, y poco a poco alcanzamos el milagro de todos. Ya no solo nos tomamos de las manos, sino que ahora nos apoyamos unos en los otros y damos testimonio público del amor de Dios en nuestras vidas auxiliándonos en nuestras necesidades, de tal manera que aún los de afuera se unen a nuestras causas y ponen su granito de arena.
Es como si juntos hiciéramos una gran montaña, trepando uno sobre el otro hasta permitirle aunque sea solo a uno: tocar el cielo y alcanzar su milagro, como en el caso del estanque de Siquem (Juan 5:4-8), pero ahora no corriendo uno, sino ayudando al que más lo necesita.
Una de nuestras hermanas estaba condenada a morir en meses si no recibía un tratamiento que no se podía conseguir a través del Seguro Social, pues los únicos lugares que lo tenía estaban en otro estado al otro lado del país. No se podía perder tiempo, ella necesitaba atención y la única manera de obtenerla rápido era pagando. Invirtió su dinero en la operación, pero necesitaba el tratamiento siguiente, el cual resultaba más caro, su familia en la carne recaudó la mitad, pero faltaban todavía mucho dinero. Su familia en la fe, no se conformó con orar sino que hicieron cadenas de dinero, así es, cada uno puso una pequeña cantidad y pidió a otros que hicieran lo mismo, desde adentro hacia afuera de la iglesia se inició un movimiento de amor. Al principio, al hablarles de la necesidad, los llevaba a mencionar otras y las suyas propias, pero de repente muchos corazones fueron tocados y ellos fueron impactando a otros. Los ojos se nos llenaban de lágrimas al ver como aun los más humildes y los no cristianos se comprometían a dar por ella. No era la más conocida, ni la más activa de la iglesia, pero era nuestra hermana. Ella sigue en la lucha logrando la victoria. Y la gente que participó se siente agradecida con Dios por haber sido parte de este proyecto: “Porque lo hiciste a mi pequeña”.
Hay muchos milagros por alcanzar, pero estoy convencida de que si dejamos que Dios nos una y nos mueva, podremos alcanzar el cielo para otros y para nosotros mismos.
Marisa Valle
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