¿POR QUE LLORAMOS?

>> lunes, 13 de septiembre de 2010


La primera manifestación emotiva del ser humano es el llanto. El llanto del recién nacido provoca alegría porque es señal de vida. Ese primer llanto del bebé es una reacción natural y necesaria. El llanto es la principal herramienta de comunicación en los primeros meses de vida del niño, aunque más tarde seguirá usando el llanto para expresar dolor, temor o inconformidad. A medida que crecemos, los seres humanos, se supone que lloramos menos, porque aprendemos a controlarnos y en algunas ocasiones, a reprimirnos. Aunque hay casos en mujeres principalmente, que siguen soltando el llanto al menor motivo.

El llanto es más contagioso que la risa, así que no es raro que si vemos a una persona llorar, se nos haga un nudo en la garganta y quizá soltemos algunas lágrimas por compasión o solidaridad. Incluso nos puede hacer llorar una película, un libro o una novela de la televisión. Algunas personas son más fáciles de conmover que otras, depende de su sensibilidad. No es malo ser demasiado sensible, malo es no serlo en absoluto.
El cristiano debe tener un corazón como el de Jesús, un corazón sensible. A veces Dios nos da lecciones de sensibilidad, permitiendo que pasemos por dolor y aflicción para que comprendamos el dolor ajeno, para que nos hagamos sensibles a las lágrimas de nuestros semejantes. Jesús lloró ante las lágrimas de María, la hermana de Lázaro, y de los demás que la acompañaban. Lloró ante el dolor de ellos por la muerte de Lázaro (v. Juan 11:33-35).

También lloramos a causa de un dolor físico muy fuerte, a veces. Podemos llorar ante la enfermedad, ante un mal irreversible, pero aunque la ciencia nos diga que nuestro mal no tiene remedio, debemos confiar, porque para Dios no hay imposibles. El tiene poder para sanar toda enfermedad. Ezequías lloró cuando supo que estaba próximo a la muerte a causa de su enfermedad, pero oró a Dios y El le concedió su petición, le devolvió la salud y además le otorgó quince años más de vida (v. 2 Reyes 20:1-5).

Sin embargo, no lloramos solamente a causa del dolor físico o emocional, también lloramos de alegría y emoción. ¡Cómo quisiéramos que nuestras lágrimas fuesen siempre de alegría! Alegría como la que produce un reencuentro, como el de Jacob y Esaú: "Pero Esaú corrió a su encuentro y le abrazó, y se echó sobre su cuello, y le besó; y lloraron" (Génesis 33: 4).

Lloramos también de gozo, cuando sentimos la presencia del Señor. El llanto más sublime es cuando lloramos de amor y agradecimiento hacia El. Ese llanto que va más allá del entendimiento, que nos llena el corazón de una emoción cálida y plácida. Ese llanto que va más allá de las propias emociones humanas, como el de la mujer pecadora, que regó con sus lágrimas los pies de Jesús, lloró de agradecimiento (v. Lucas 7:37 a 50).

Quizá el llanto más amargo sea el causado por la pérdida de un ser querido. Es humano llorar la ausencia de un ser amado, sentimos su falta, nos es difícil aceptar que ya no lo veremos más. Lloramos porque lo extrañaremos, porque no estará a nuestro lado. En realidad lloramos por nosotros mismos, por la falta que nos hará esa persona. Pero si ese ser querido se fue a la presencia del Señor debemos sentir gozo por él, no tristeza; tristeza es la que sentimos por nosotros, los que quedamos. Recordemos las palabras de Pablo en Filipenses 1:21.

También lloramos de desesperación, de angustia, de incertidumbre, por ejemplo cuando no sabemos el paradero de un hijo o hija, del esposo o del hermano. Es humano también llorar en esta situación. Pero el Señor nos dice que depositemos toda nuestra ansiedad en El. En esos momentos pensemos que El sí sabe dónde está la persona por quien lloramos y El tiene cuidado de ella y en su momento la llevará con nosotros.

Lloramos de arrepentimiento, cuando nos damos cuenta de que hemos vivido una vida alejados de Dios y le hemos ofendido. Cuando hay arrepentimiento sincero, El muestra Su misericordia para con nosotros y nos otorga el perdón (v. Joel 2: 12- 14).

Hay gente que ha llorado mucho en su vida, pero no lo ha exteriorizado, se ha guardado sus lágrimas, quizá para parecer fuerte, quizá para no provocar lástima, sea como sea ese llanto interior también lo ve Dios. La ciencia dice que es bueno llorar de vez en cuando, ya que las lágrimas lavan los ojos. No es bueno reprimir las emociones, Dios nos dio las emociones para expresarlas, pero siempre que sea con sinceridad. Nunca debemos fingir lo que no sentimos.
Dios está consciente de todas las lágrimas que derramamos, El está con nosotros en los momentos de necesidad y en los momentos de alegría. Y si seguimos en Su camino, un día no habrá más llanto ni dolor, no más angustia ni enfermedad, no más incertidumbre ni desesperación. Dios nos lo ha prometido.

"Él les enjugará toda lágrima de los ojos. Ya no habrá muerte, ni llanto, ni lamento ni dolor, porque las primeras cosas han dejado de existir" Apocalipsis 21:4 NVI

Angélica García Sch.

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