LIBERTADOS DEL PECADO

>> viernes, 10 de septiembre de 2010


Ahora que celebramos el bicentenario de nuestra independencia y libertad, es importante que valoremos más, la mejor y eterna libertad con que Cristo nos hizo libres. La Biblia nos enseña que la voluntad de Dios es que, habiendo nacido esclavos del pecado, por la gracia de Jesucristo, seamos liberados del yugo del pecado y aprendamos a vivir en su libertad. La Biblia dice: Estén pues, firmes en la libertad con que Cristo nos hizo libres, y no estén otra vez sujetos al yugo de esclavitud (Ga 5:1).
La Biblia nos informa que Dios nos creo a su imagen y semejanza y muchos creemos que la imagen que tenemos de Dios es que somos los únicos seres vivos sobre la tierra, que tenemos espíritu, y por lo tanto que somos eternos y con la capacidad de comunicarnos con Dios; y que la semejanza que tenemos con Él, es que somos los únicos seres vivos sobre la tierra creados con la capacidad de decidir nuestra conducta, sea que ésta esté de acuerdo con lo planeado por Dios y sea para bendición, salvación y vida eterna, o que sea tan inconveniente y destructiva, que nos lleve irremediablemente a la enfermedad, el dolor, el llanto, la muerte y la eterna condenación y sufrimiento en los tormentos indecibles del infierno.
Por la experiencia de miles de años registrada en la historia, y por la información que recibimos de la Biblia, nosotros sabemos que a partir del pecado de nuestro ancestro Adán, todo ser humano, desde el momento de su concepción en el vientre de su madre, hereda genéticamente, la concupiscencia, o sea el apetito innato para hacer el mal y con ello, la esclavitud al pecado. Esto quiere decir que, desde que nace y por naturaleza, tiene que pecar, y que por mucho que se esfuerce, nunca puede evitarlo. Pablo dramáticamente, lo expresó así: Así que, queriendo yo hacer el bien, hallo esta ley: que el mal está en mí. Porque según el hombre interior, me deleito en la ley de Dios; pero veo otra ley en mis miembros, que se rebela contra la ley de mi mente, y que me lleva cautivo a la ley del pecado que está en mis miembros. ¡Miserable de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte? La bendición más grande de este mundo, es que Pablo mismo nos da la respuesta a esta terrible realidad: ¡Gracias doy a Dios por Jesucristo! Jesucristo dijo: El Espíritu del Señor está sobre mí, por cuanto me ha ungido para dar buenas nuevas y pregonar libertad a los cautivos y poner en libertad a los oprimidos.
Dios ofrece, gratuitamente, a todo aquel que juiciosa y convenientemente, decide creer, recibir y confesar a Jesucristo como su único y suficiente Salvador, la bendición de ser libertado de la esclavitud del pecado y restituido a la libertad bendita que tenían Adán y Eva en el Edén, antes de pecar. O sea, ahora puede escoger, libremente, obedecer a Dios u obedecer al diablo, y libertado del pecado, hacerse siervo de la justicia. La promesa fiel de Dios es que el pecado ya no se enseñoreará del hijo y siervo fiel de Jesucristo que decide voluntariamente vivir bajo la sombra y protección del Omnipotente, pues el Ángel de Jehová (Jesucristo) acampa alrededor de los que le temen y los defiende contra todas las asechanzas del maligno; pues fiel es nuestro Buen Padre Celestial, que nunca nos dejará ser tentados o probados más de lo que podamos resistir, sino que siempre, juntamente con la tentación y la prueba, nos dará la salida, para que podamos vivir en victoria sobre la concupiscencia, las tribulaciones, y los ataques del enemigo. ¡Gracias sean dadas a Dios, que nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo!
Por esto entendemos que el salvo por gracia, aunque puede hacerlo (y mientras llega a la perfección, lo hace más de lo deseable), ya no tiene que pecar, y cuando peca, nunca es porque no lo pueda evitar o porque Dios no haya sido fiel a sus promesas, sino porque triste y voluntariamente, decide salirse de la cobertura y protección segura del Espíritu Santo, rehusando habitar bajo el abrigo del Altísimo.
La tentación no es pecado (Cristo fue tentado en todo a nuestra semejanza y nunca pecó), pero caer en la tentación, es pecado. La Biblia nos enseña que hay tres razones por las que el cristiano, libertado del yugo del pecado, puede caer en la tentación: 1. Por ignorancia de la voluntad de Dios escrita claramente en la Biblia; 2. Por imprudencia, al darle lugar u ocasión al diablo, que no desperdicia ninguna oportunidad para hurtar, matar y destruir nuestra integridad, felicidad y vida; y 3. Por necedad, cuando con todo conocimiento, premeditación y descaro, un hijo de Dios, sin necesidad, decide pecar, como el perro que se vuelve a su vómito, y la puerca lavada a revolcarse en el excremento.
¡Gracias sean dadas a Dios por su don inefable, Jesucristo! Y porque la sangre de Jesucristo, es más que suficiente para perdonar todos nuestros pecados pasados, presentes y futuros, si nos arrepentimos sinceramente y confesamos a Jesús como nuestro único y suficiente Salvador. ¡Padre Nuestro, no nos dejes caer en la tentación, mas líbranos del mal! ¿Usted ya pidió hoy, perdón por sus pecados? Dios quiera que sí.

Dr. Ernesto Contreras

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